jueves, 24 de marzo de 2011

Capítulo 5

Abrió los ojos lentamente, y lo primero que vio fue la luz procedente de la ventana. Exhaló un largo suspiro y volvió a cerrar los ojos. Giró levemente la cabeza hacia el lado que menos daba la luz y tocó su muñeca, buscando el reloj. Una vez localizado, abrió los ojos y se fijó en que eran las 12 y 35 de la mañana. Se sorprendió bastante pues se había quedado dormida muy pronto, sobre las 10 y 30. Por fin abrió los ojos y cuando se acostumbró ala luz se levantó un poco, apoyándose en los codos. Se fijó en que la cama apenas estaba desecha y en que llevaba la ropa que se había puesto el día anterior. Echó la cabeza hacia atrás en un gesto de molestia y luego se puso en pie de una salto. 
-¿Mamá? ¿Luis? ¿Estáis en casa?- exclamó gritando exageradamente. 
Al no obtener respuesta, fue hasta la habitación de su madre y vio que la cama estaba bien puesta y las cortinas abiertas completamente. Salió de ahí a paso tranquilo y entró de la misma forma en el cuarto de baño. Se miró en el espejo y observó las enormes ojeras alrededor de sus cansados ojos marrones, a veces verdes. Tenía los labios extremadamente secos y el pelo despeinado. Pero no le importó nada de lo que vio, en ese momento todo le daba igual. Rebuscó entre uno de los cajones y encontró una goma verde, con la que se hizo un moño lo más alto que pudo. Se quitó la ropa y se metió en la ducha. Estuvo un buen rato debajo del agua, hasta que el timbre de su móvil la obligó a salir. 
-Aquí Marina, ¿con quién tengo el placer de hablar?- soltó en modo irónico, sabiendo de antemano la respuesta
-Amor, soy Valeria. ¿Qué vas a hacer esta tarde? Todas las demás se van de vacaciones, si quieres podemos quedar un rato para hablar o simplemente para ver una peli. 
-Hola, pues no sé, lo que quieras. La casa esta tarde la tengo para mi sola, que mi madre se va dos días fuera y Luis está de excursión. Pásate por aquí a eso de las cuatro y media... o si quieres venir a comer por mi genial!
-No, a las cuatro y media estoy allí. Te dejo, te quiero.
Colgó y miró el reloj. Las 2. Se puso unos pantalones negros, que combinó con una camiseta ancha blanca. Bajó a la cocina y lo único que comió fue un bizcocho que su madre había preparado desde hacía ya casi una semana, pero no le importó. Se lo terminó entero y se sentó en el sofá a pensar lo que siempre pensaba: en David. Se le pasaron las dos, las tres y las cuatro, y cuando menos quiso, sonó el timbre de la puerta. Corrió hasta allí y abrió rápidamente. Se encontró de frente con Valeria, su ''mejor amiga'' desde que llegó. Sonrió, llevaba un camisa morada muy suya y unos vaqueros blancos. Su pelo rubio corto lo tenía recogido en una coleta alta y el flequillo le caía a escala tapándole un ojo. Marina se hizo a un lado dejándola pasar. 
-Cariño, prefiero que hablemos un rato, no tengo ganas de ver pelis ni nada de eso... He traído cervezas. 
Siguió caminando y se sentó en el sofá mientras abría una de las latas. Le dijo que quería que se lo contase todo, desde el principio hasta el final, y Marina le relató su historia lo más brevemente que pudo, dando un sorbo a su cerveza de vez en cuando. Terminó y estuvieron un buen rato en silencio, hasta que encendieron la tele y se rieron viendo Me llamo Earl. La tarde pasó deprisa y Valeria no se separó de Marina en ningún momento, durmieron juntas y se emborracharon juntas. 

martes, 22 de marzo de 2011

Capítulo 4

El resto del día transucurrió de lo más tranquilo posible. Miró el calendario para ver cuánto tiempo le quedaba y se dio cuenta de que ese era el último día antes de las vacaciones de semana santa. No se había dado cuenta, las semanas se le había pasado muy deprisa antes de la noticia. 
-Menos mal que tengo una de mis últimas semanas libres...
Diciendo esto, se sentó a ver la televisión en el sofá de la buhardilla. Estaban dando Bob Esponja, le encantaba ese programa. Lo veía siempre con su padre, los dos se reían mucho y a veces incluso intentaban hablar a través de pompas de jabón. Miro hacia otra parte y apagó la televisión. La mayoría de cosas que tenía le recordaban a otra de las ciudades o pueblos en los que vivió y si no era a eso, a su padre. Encontró un montón de cajas apiladas en una de las esquinas de la buhardilla y recordó que tal ve habrían muchas más en su habitación. Se levantó y se dirigió hasta allí con paso lento. Había unas tres columnas de tres cajas cada una. Empezó por la primera caja de la derecha. No pesaba mucho, la cogió sin dificultad y se sentó en el suelo. Quitó la cinta que lo cerraba y abrió las tapas. Se encontró con ropa, ropa de niño y de niña. Ropa anormalmente diminuta, pero aun así preciosa. Cogió unos pantalones vaqueros un poco desgastados y los combinó con un camisetita rosa a juego con las flores que tenía este. 
-¡¡Mamá!! 
Marina oyó como Claudia subía corriendo las escaleras. 
-Dime.
-Acabo de encontrar esta ropa en estas cajas- dijo Marina mostrándole el conjunto que acababa de formar- creo que en ve de tenerlo aquí guardado y trasladarlo siempre que nos mudemos, podríamos regalarlo a los que lo necesitan. 
-Pero, cariño, esta ropa es de cuando erais a penas unos niños, de cuando papá aún estaba con nosotros...
-Por eso mismo no la quiero- sentenció Marina- la mía la llevaré al instituto cuando vuelva, estoy segura de que ellos se ocuparán de ello.
-Todas las cajas son de ropa, menos las que tienes en tu habitación, imagino que ahí guardaras todo lo demás... Adios, cielo.
Marina hizo un leve gesto con la cabeza y volvió a guardar la ropa que había sacado en la caja. La cerró como pudo con la cinta y la volvió a dejar en lo alto de la columna derecha, haciendo esto, apagó las luces y fue a su habitación. 
Entró en su habitación y pronto localizó las cajas, que tan solo eran dos. Las cogió y se sentó en la alfombra blanca. Abrió cuidadosamente una de las cajas, y encontró en su interior no muchas cosas. Observó que había muchos libros de niños, como Alicia en el País de las Maravillas o Caperucita Roja. En el otro lado de la caja, igualmente colocado, se encontraba las muñecas con las que solía jugar de pequeña, solo era cuatro. Recordó que una de ellas había sido degollada por el torpe de su hermano y que otra no tenía pelo debido a una sesión de peluquería que le ofreció Marina. Sonrío y lo volvió a guardar. Abrió la otra caja y no encontró más que libros con tapas tan gruesas como la madera. En las tapas (todas ellas de un marrón desgastado) estaba escrito con letra un poco complicada ''Diario de Marina''. Al instante reconoció los diarios anuales que escribía desde que tenía ocho años. No quiso leer en ese momento los recuerdos que tenía desde hacía ocho años. Cerró la caja y luego guardó la misma debajo de la cama, apagó las luces de la habitación y se dejó de llevar por la suave música que oía a través de los cascos, en ese mismo momento sonaba ''Blood, tears & gold-Hurts'' 

sábado, 12 de marzo de 2011

Capítulo 3

Las horas en clase se le hicieron eternas, más que nada porque no dejaba de ver como David le pasaba papelitos a su lío. A última hora, el profesor faltó a clase, y ella decidió dar un paseo hasta casa. Fue la única que no se quedó en clase. Salió del instituto sin que nadie la viera y caminó hasta el jardín de su casa, pensando en una relación que, aparentemente, nunca sería posible. Sacó las llaves de la mochila y abrió la puerta. Saludó por si su madre había llegado del trabajo. No obtuvo respuesta. Subió las escaleras de dos en dos y una vez llegó a su habitación, tiró la mochila sobre la cama y encendió el ordenador. No entró en el tuenti, lo único que hizo fue poner su canción favorita: Cigarettes-Russian Red. Se quitó la ropa y se puso el pijama. La canción estaba terminando cuando oyó que alguien estaba abriendo la puerta. Al instante, oyó unos tacones con el rítmico sonido que producía su madre al caminar. No quiso ir a saludarla, pero fue ella la que vino cuando oyó música en la habitación de su hija. 
-Cariño, me gustaría hablar contigo- dijo en voz baja, mientas se apoyaba en el marco de la puerta.
Marina la miró y observó que las cosas tampoco eran fáciles para ella. Asintió y dejó que su madre hablara.
-Tengo las mismas ganas de irme de aquí que tú. Estábamos empezando a tener una vida sin traslados a ningún sitio desde que tu padre murió... Pero no puedo hacer nada, tenemos que marcharnos, para conservar mi trabajo. 
-Mamá, lo primero, no metas a papá en esto -contestó Marina, muy tranquila-, lo segundo, te he dicho un millón de veces que puedes buscar otro trabajo perfectamente. Tercero, la primera vez que ocurrió esto dijiste que no se repetiría y hemos cambiado de casa cuatro veces en sólo tres años. 
Claudia se dio cuenta de que su hija tenía razón y no tenía nada con lo que contraatacar, así que le dijo lo que tenía pensado,
-Lo siento muchísimo, lo sabes. Pero no puedo cambiar de trabajo, porque lo más seguro es que no encontrara otro hasta dentro de mucho. Nos vamos dentro de un mes y medio. Nos vamos a Inglaterra
Marina se quedó con la boca abierta. Luego reaccionó y miró enfadada a su madre, se lo dijo todo, pues esta entendió que quería estar sola. Salió tristemente y Marina se tumbó en la cama. No quiso pensar, pues ya lo había hecho durante doce horas seguidas. Empezó a llorar y cerró los ojos fuerte, luego se levantó, se enjugó las lágrimas y quitó la canción que sonaba en ese momento: Best of me-Sum 41. Cogió la foto de su padre, la que tenía en la mesilla; aquella en la que salía sentada sobre su regazo cuando apenas tenía dos años. Recordó que murió por un conductor borracho, cuando el volvía de una reunión de trabajo. El borracho no sufrió nada, y siguió vivo. 
-No sabes cuanto te hecho de menos, papá.
Volvió a dejar la foto suavemente sobre la mesilla y se quedó mirándola desde lejos un rato. Luego cogió un libro y leyó hasta la hora de comer. 

jueves, 10 de marzo de 2011

Capítulo 2

A las pocas horas de poder conciliar el sueño sonó el despertador. Marina empezó a abrir los ojos lentamente, frunciendo el ceño. Miro el reloj que tenía en la mesilla, que indicaba que eran las siete y media. Se levantó y fue a ducharse. Estuvo poco tiempo bajo el agua caliente, pues no quería llegar tarde, pero aún así la fuerza con la que le caía sobre los hombros hizo que se sintiera un poco mejor. Salió de la ducha y se envolvió el pelo con una toalla. Se puso unos pantalones vaqueros, una camiseta blanca y las converse negras. Se quitó la toalla y fue a desayunar con el pelo aún mojado.
-Hola, cariño- dijo Claudia al verla.
Marina simplemente le lanzó una mirada llena de odio y comprobó que su madre tenía los ojos rojos e hinchados, pero no hizo comentarios al respecto. Se acercó al frigorífico y se sirvió leche en un vaso, se la bebió de un trago. Marina iba a marcharse a clase cuando sintió que una mano la agarraba por detrás.
-Marina, no era mi culpa... yo, lo siento muchísimo...hasta dentro de un mes no nos marchamos...- dijo Claudia, con los ojos brillantes.
Su hija la miró con un poco menos de dureza y luego se fue. Una vez estuvo en la calle pensó en ir andando o esperar el autobús, y optó por la primera opción. Caminó sola durante al menos unos diez minutos, pensando en lo bien que se encontraba en ese pequeño pueblecito, lo que le había costado hacer sus nuevos amigos y lo poco que había tardado en enamorarse. El hecho de que ahora su madre se lo quitase todo hacía que se derrumbara y no tuviese ganas de nada. 
-¡Marina!- dijo David interrumpiendo sus pensamientos.
Marina le dedicó una sonrisa. Él era el chico del que estaba enamorada y la razón por la cual no quería marcharse de allí. Sus profundos ojos verdes siempre hacían que se sintiese mejor, y sus perfectos dientes blancos la volvían completamente loca. Desafortunadamente, él era uno de esos chicos que empieza con una y cuando le dejan se van con otra, sin tener en cuenta los sentimientos de los demás. 
-Te noto rara, ¿qué te pasa?
-Me voy a vivir a otro sitio, dentro de un mes. No estaré en este país, no. Me voy fuera, al extranjero, y todavía no se a dónde. Mi madre no me quiere decir nada y, aunque sabe que estoy harta de estos traslados, no ha intentado buscar otro trabajo. 
Él se quedó con la boca abierta, sin saber muy bien qué podía hacer. Finalmente, se decidió por abrazarla. Marina sonrió para sus adentros, y una vez se hubo separado de él, continuaron con el monótono trayecto hasta el instituto, sin pronunciar una palabra. Finalmente, llegaron a la puerta y cada uno tomó una dirección distinta. David saludó a una chica dándole un beso en los labios y luego se marcharon juntos. Marina vio una vez más cómo el amor de su vida se iba con otra. 

miércoles, 9 de marzo de 2011

Capítulo 1

Abrió los ojos por segunda vez en una misma noche. Eran las tres de la mañana y sentía que la cabeza le iba a explotar. Tocó las sábanas  y se dio cuenta de que estaban empapadas de sudor, y apenas estaba acabando el invierno. La puerta de la habitación estaba cerrada y aún así se colaba algo de luz de alguna habitación cercana. Se levantó, intentando no hacer ruido, y abrió despacio la puerta. Se habían olvidado de apagar la luz del salón. Caminó tranquila hasta allí, rascándose el brazo ''antes de apagarla iré a coger algo de beber'', se acercó a la cocina y abrió el frigorífico. El horrible sonido que producía hizo que le doliese aún más la cabeza. Cogió la jarra de agua rápidamente para que el sonido no le molestase más. Se sirvió un poco en un vaso y se la bebió de un trago; finalmente, lo dejó en el fregadero. Salió de la cocina para ir a su próxima parada: el salón. Mientras daba pasos cortos oía cómo alguien hablaba malhumorado por el teléfono móvil, al instante reconoció la voz de su madre. 
-No puedo hacerle esto otra vez (....) Pero, ¡es mi hija! (...) Marina me matará, la conoces perfectamente.
Marina, se acercó a la puerta y dio un suave toque. 
-Te dejo, está aquí. Adios. 
Su madre colgó el teléfono y se dio la vuelta para ver como su hija la miraba con los ojos abiertos como platos y los puños cerrados. Se acercó a ella, aparentemente enfadada.
-¿Podría saber con quién estabas hablando de mi?
-Era mi jefe -contestó Claudia apartando la vista de sus amenazadores ojos verdes.
-¿Qué te decía?
Marina conocía la respuesta perfectamente desde hacía mucho tiempo, aproximadamente tres años. La primera vez que se enteró de que se tenían que trasladar fue cuando ella tenía doce. Su madre la llamó a su habitación y le dijo que tenían que hablar. Le contó que en el nuevo trabajo que tenía tendría que viajar de un lado a otro durante largos periodos de tiempo. Al principio Marina se enfadó, pero su madre le prometió que esa sería la primera y única vez que eso ocurriría. Pero le mintió, pues a los tres meses tuvieron que volver a trasladarse. Cuatro mudanzas en tan solo tres años. Esta última era la más larga, siete meses sin haberse movido de la misma casa. La respuesta de su madre cortó sus pensamientos.
-Ya sabes, otro traslado... pero esta vez a otro pais. 
-Esta es la gota que ha colmado el vaso, mamá. Llevo aceptando tus malditos traslados desde hace tres años y ya estoy harta. ¿Has pensado en lo que Luis y yo queremos? No, ¿verdad? No hace falta que contestes, porque ya sé la respuesta. Olvídate de tu trabajo y piensa un poco en tus hijos y entiende que no estaremos aquí toda la vida. 
La contestación de Marina dejó de piedra a Claudia. Ella era una chica tranquila, que pocas veces se enfadaba. Pero también era de esas que cuando la sacabas de sus casilla, te arrepentías al instante de haberlo hecho.
Marina salió de la amplia habitación enfadada e impotente,  con los ojos llorosos y el pecho a punto de explotar. Se encerró en su habitación a llorar como nunca lo había hecho, mientras abrazaba la almohada. Cerró los ojos e intentó dormir. Algo que no consiguió hasta mucho después de las cinco y media de la mañana.